La definición de inteligencia ha sido durante mucho tiempo un campo de controversia. Al menos existen dos definiciones "consensuadas". La primera parte de la American Psychological Association y define la inteligencia como:
- Lo individuos difieren los unos de los otros en habilidad de comprender ideas complejas, de adaptarse eficazmente al entorno, de aprender de la experiencia, en encontrar varias formas de razonar, de superar obstáculos mediante la reflexión. A pesar de estas diferencias individuales puedan ser sustanciales, estas nunca son completamente consistentes: las características intelectuales de una persona variarán en diferentes ocasiones, en diferentes dominios y juzgarán con diferentes criterios. El concepto de "inteligencia" es una tentativa de aclarar y organizar este conjunto complejo de fenómenos[1]
Una segunda definición de inteligencia viene del Mainstream Science on Intelligence, firmado por 52 investigadores en 1994:
Una muy general capacidad mental que, entre otras cosas, implica la habilidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia. No es un mero aprendizaje de los libros, ni una habilidad estrictamente académica ni un talento para superar pruebas. Más bien, el concepto se refiere a la capacidad de comprender nuestro entorno..[2INTELIGENCIA Y COCIENTE INTELECTUAL:
El hecho de que el cerebro destine la mayor parte de su actividad a la autopercepción, sugiere la idea de que la inteligencia guarda relación con la buena memoria, sólo quien dispone de una extraordinaria capacidad para almacenar datos puede dar a su cerebro la oportunidad de reelaborar internamente la información. De hecho, un gran número de investigadores han demostrado que todos los niños superdotados estudiados por ellos disponían de una memoria extraordinaria, y lo mismo ocurre entre los jugadores de ajedrez, los matemáticos, los compositores y los virtuosos del violín.
El interés por los individuos superdotados ha dado lugar a grandes controversias. Una de las primeras fue desatada por las investigaciones del médico y criminalista italiano Cesare Lombroso (1836-1909), quien en su libro Genio y locura (1864) afirmó que existía una relación entre genialidad y locura. Algunos investigadores norteamericanos, más sensatos, se opusieron a esta tesis y se esforzaron por determinar los factores responsables de la inteligencia para intentar medirlos después. El resultado de estos estudios fue el CI, el llamado «cociente intelectual», que parte de un valor promedio de 100, por debajo de él se sitúa la mitad menos inteligente de la sociedad, y por encima la más inteligente, siendo su curva de distribución exactamente simétrica. Por eso se habla también de una «curva de campana», y uno de los libros más discutidos sobre el carácter heredkaiio de la inteligencia, cuyos autores son Ferrnstein y Murray lleva precisamente por título The Bell Curve.
El cociente intelectual se investiga sometiendo al sujeto de experimentación a distintos tipos de tareas, ordenar conceptos, completar sucesiones de números, componer figuras geométricas, aprender de memoria listas de palabras, cambiar de posición determinadas figuras, etcétera. El test estándar es el Binet-Simon, quien en este test alcanza una puntuación de ciento treinta es considerado una persona extraordinariamente inteligente, y quien logra una puntuación de ciento cuarenta se halla en el umbral de la genialidad —aunque para desdramatizar y evitar el complejo de loco genial, hoy se prefiera hablar de personas superdotadas—.
La idea de que existe una relación entre la genialidad y la locura fue refutada empíricamente en los años 1920. Terman, un investigador norteamericano, fue el primero que sometió a pruebas de larga duración a personas con un CI superior a ciento cuarenta, llegando a la conclusión de que la mayoría de los superdotados son más maduros, más equilibrados psíquicamente e incluso más sanos físicamente que las personas con un cociente intelectual medio. En cierto modo, esto normalizó la genialidad y la liberó de su aura elitista. Pero el CI siguió siendo cuestionado. El descubrimiento de que la inteligencia es en gran medida un rasgo congénito provocó violentas reacciones al tiempo que bajó los humos a todas las utopías educativas, pues sólo si se admite que la inteligencia depende fundamentalmente de la influencia del medio social es posible sostener la esperanza de que la educación pueda hacer entrar al ser humano en razón. Esta postura constituye una excusa consoladora para muchos, ya que su posición rezagada con respecto a los más aptos no se debería a su falta de inteligencia sino a un medio social hostil.
Por esta razón, cuando a finales de la década de 1960 —en plena efervescencia del movimiento estudiantil—A. R.Jenssen y H.J. Eysenck presentaron sus investigaciones sobre la inteligencia y afirmaron que la herencia era responsable de ella en un ochenta por ciento, se desató una feroz campaña contra ellos en los medios de comunicación y en las universidades, en cuyo clímax Eysenck fue agredido cuando pronunciaba una conferencia en la London School of Economics.
Eysenck se había basado, entre otros, en los estudios realizados por Cyril Burt, pionero en el ámbito de la medición de la inteligencia y de la investigación de gemelos. En sus estudios sobre gemelos univitelinos (con el mismo genotipo) que habían sido educados por separado, Burt constató que, pese a la difererencia de sus medios y entornos, tenían el mismo cociente intelectual. La aversión hacia estos resultados fue tan grande que Burt fue acusado de haber falsificado sus datos, actitud en la que se perseveró incluso cuando se demostró lo contrario. Todo esto se repitió cuando se publicó el libro The Bell Gurv, de Herrnstein y Murray, y cuando Volker Weiss, que investigaba la distribución de la inteligencia entre la población, fue excluido de la Sociedad Antropológica Alemana.
De este modo se cumplía irónicamente la predicción realizada por el sociólogo británico Michael Young en un ensayo utópico-satírico que se situaba en el año 2033. Young había escrito el ensayo durante el debate sobre la implantación de la escuela integrada, y en él describía la evolución de la sociedad hacia la meritocracia (el poder de los más capacitados). En su descripción, los socialistas empiezan abogando por el libre desarrollo de las capacidades y eliminan los obstáculos clasistas que impiden el desarrollo de los individuos más capacitados de la clase trabajadora, para después constatar horrorizados que los mdividuos más inteligentes abandonan las clases inferiores y pasan a formar una élite. El triunfo del principio según el cual el éxito debe ser el resultado de la formación y de las capacidades individuales acaba por dividir a la sociedad en dos clases, la clase inferior de los menos capacitados y la clase superior de los más capacitados. De este modo los socialistas cambian su doctrina y adoptan el principio «vía libre para los mas aptos». Posteriormente, cuando la clase superior pretende volver a hacer hereditarios sus privilegios, la insatisfacción colectiva de los menos capacitados da lugar a una revuelta. A comienzos del siglo XXI se produce una revolución antimeritocrática de la que fue víctima el autor de este ensayo, como informa con pesar su editor.